Históricamente, la OPEP+ ha desempeñado un papel clave en la regulación de la producción y los precios del crudo. Sin embargo, la irrupción del fracking en Estados Unidos, la creciente influencia de Rusia en el mercado y las políticas de descarbonización han alterado el equilibrio de poder.
A raíz del conflicto entre Rusia y Ucrania, la Unión Europea ha reducido su dependencia del crudo ruso, lo que ha obligado a Moscú a buscar nuevos compradores en Asia, particularmente en China e India. Mientras tanto, la OPEP+ (liderada por Arabia Saudita y Rusia) ha ajustado su producción para mantener los precios elevados, a pesar de la volatilidad en la demanda mundial.
Además, en los últimos meses, la inestabilidad geopolítica ha cobrado mayor relevancia con el aumento de tensiones en regiones clave para el suministro de petróleo. Conflictos en Medio Oriente, como los enfrentamientos entre Israel y Palestina, la crisis en el Líbano y las tensiones en Irán, junto con la situación en Venezuela, han generado preocupación en los mercados energéticos. Asimismo, la incertidumbre en Libia y en la región del Mar Rojo añade una capa adicional de riesgo. Un agravamiento en cualquiera de estos puntos de conflicto podría desestabilizar el mercado del petróleo, incrementar la volatilidad en los precios y afectar las decisiones de la OPEP+, además de generar dudas sobre el crecimiento de la demanda en China. Aunque algunos de estos factores parecen no estar en el centro de la agenda global, su acumulación sigue representando un obstáculo para la estabilidad del mercado energético.
Adicionalmente, el auge de las energías renovables y las presiones ambientales han llevado a muchos gobiernos a replantear sus políticas energéticas, promoviendo una transición hacia fuentes más limpias. Esto representa un desafío significativo para los países altamente dependientes del crudo.
México, como uno de los principales productores de petróleo en América Latina, no es ajeno a estas transformaciones. La política energética del gobierno actual ha apostado por el fortalecimiento de Pemex y la refinación nacional, con proyectos como la refinería de Dos Bocas y la rehabilitación del sistema de refinación existente. Sin embargo, estos esfuerzos han enfrentado desafíos financieros y operativos.
Por otro lado, los ajustes en la producción de la OPEP+ impactan directamente en el precio del barril mexicano, lo que afecta los ingresos del gobierno y la estabilidad económica del país. Además, la creciente competencia del petróleo estadounidense y la disminución de inversiones extranjeras en el sector energético han complicado aún más el panorama para la industria petrolera nacional.
Otro factor por considerar es la presión internacional para reducir las emisiones de carbono. Si bien México cuenta con importantes reservas de petróleo, la tendencia global apunta hacia una disminución en la demanda de combustibles fósiles a largo plazo, lo que podría afectar la viabilidad de los proyectos energéticos actuales.
La nueva geopolítica del petróleo presenta tanto desafíos como oportunidades para México. A corto plazo, los precios internacionales seguirán influyendo en la economía nacional. A largo plazo, la transición hacia energías renovables exigirá un replanteamiento integral de la estrategia energética del país.
Para asegurar su competitividad en este nuevo entorno, México debe equilibrar su dependencia del crudo con el desarrollo de nuevas fuentes energéticas, fomentar la inversión en tecnologías limpias y garantizar una política energética sostenible que le permita adaptarse a los cambios del mercado global.